¡Ay Fresita!, cualquiera que me conozca sabrá que el día que
regalaron a Elin ese Nenuco de toda la vida, me nació la segunda hija. Nos
parecía que Elin era pequeña para jugar con una muñeca tan grande, y qué
equivocados estábamos. Han sido IN-SE-PA-RA-BLES. Yo no he tenido nunca un
juguete preferido, ni un muñeco de apego ni nada por el estilo, y me fascina
ver cómo la lleva a todos lados. Para comer, el baño, el parque, la cuenta
cuentos, la saca a pasear, duerme
con ella. Desde ese día, a cada reunión que íbamos, con Fresita que nos presentábamos.
Incluso si nos la olvidábamos en casa, volvíamos a por ella para evitar a toda costa el
momento en el que Elin se diese cuenta que Fresita no estaba. Hasta tal punto
llegó a formar parte de nuestra familia que cuando el padre de la criatura y yo
nos casamos ya por lo formal, la compré un vestido de fiesta, si, a la muñeca,
y se sentó con los testigos. Hasta ese punto. Y a todos los invitados les
pareció de lo más normal.
Aún recuerdo el primer día que le conté a Elin la historia
de cuando se conocieron. Se quedó literalmente con la boca abierta y me pidió
que por favor se la contase de nuevo. Y poco a poco, la hemos ido puliendo y
retocando hasta hacerla más nuestra Fresita si cabe.
Y ya para colmo en el colegio de Elin inauguran un concurso
sobre relatos cortos con el tema “Hay esperanza”. Vamos, que me lo han puesto
en bandeja. En su categoría de infantil pedían un video del peque contando el
cuento. Y yo, que parece que de tiempo voy sobrada, me armo de paciencia y le
hago este mismo cuento en pictogramas. Y esto creo que se va a merecer otra
entrada aparte. Y ahí lo dejo, presentadito en el cole con ganas de saber si
Fresita se nos hace famosa o no.
Espero que os guste esta historia, porque creo que a todos
nos gustaría recordar cómo fue el momento en que nos regalaron nuestro primer
muñeco, ¡no? . Os invito a que hagáis un ejercicio de memoria y recordéis cual
fue vuestro juguete favorito de la infancia, los momentos que pasasteis juntos,
las fotos juntos, anécdotas o incluso las temporadas en las que lo dejaste de
lado para luego volver a reencontrarte con él. Disfrutad.
Había una vez, en una tienda de antigüedades en un pueblo
bastante apartado de la ciudad, una muñeca que veía pasar los días dentro de su
caja de cartón.
Menos mal que el dueño de la tienda la había colocado
mirando al escaparate, de tal manera que podía ver a la gente pasear. Disfrutaba
escuchando a los niños reír, y cuando pasaban cerca de su escaparate, ella se
estiraba un poquito, arqueaba levemente incluso las cejas como pidiendo por
favor que la mirasen y se la llevasen con ellos a casa. Pero nunca se fijaban
en ella. Nunca pasaba nada, todos los días eran iguales. Hasta que la pequeña
perdió toda esperanza en encontrar un dueño.
Pasaron los meses y la muñeca ya ni siquiera miraba a la
calle. Hasta que un día entró una señora a la tienda. Ni la miró, simplemente
escuchó el ruido de la puerta abrirse pero ni se fijó en la señora. La muñeca seguía
mirando al infinito cuando escuchó unos pasos que se acercaban a ella. ¿Vienen
a verme?, se preguntaba inquieta la pequeña muñeca. ¡Si! ¡Era a ella a la que
se llevaban esta vez! ¡Qué emocionada estaba! ¡Ya podría jugar con algún niño!
Pero no podía creer lo que veía, su dueña era una señora mayor. Y las señoras
mayores no juegan ya con muñecas, ¿no? “Bueno”, se dijo, “por lo menos me
tendrá en otro sitio diferente a este escaparate”.
Al llegar a la casa de la señora, no la sacó de su caja de
cartón, sino que la dejó encima de una mesa, rodeada de papeles de colores, con
unas formas extrañas como de corazones rosas y cerditas. La señora comenzó a
envolverla en ese papel tan bonito y la pequeña muñeca no entendía nada “pero
qué va a hacer conmigo!, ¡si me pone un papel por encima si que no voy a ver
nada de nada!” se lamentaba la pobrecilla. Del disgusto se quedó dormida
profundamente.
Mucho después la despertó un alboroto terrible, un ruido
de platos que chocaban entre sí, sillas arrastrándose, grupos de gente hablando
y moviéndose de un lado para otro. La pobre muñeca se estaba poniendo un poco
nerviosa, y solo la relajaba la risa de fondo de unos niños jugando. Escuchaba
carreras entre ellos, cómo saltaban, corrían y gritaban. Le gustaba escuchar a
los niños y deseaba con todas sus fuerzas que le quitases ese dichoso papel que
la envolvía. Es que no llegaba a entender porqué tenía que ver un papel de una
cerdita en vez de ver a esos niños jugar. De verdad que no lo entendía.
De pronto alguien gritó “¡los regalos están preparados!”,
y otro torbellino de carreras y risas nerviosas se aceraron cerca de ella.
“¡Que lo abra, que lo abra, que lo abra!”. ¡Ya lo entendió todo! ¡Era un
cumpleaños y ella era un regalo para alguien! Qué de preguntas se hacia,
¿cuántos años tendrá?, ¿será niño o niña? Notó como la zarandeaban, la movían
buscando la forma más rápida de romper el famoso papel, y ya por fin, vio la
luz, y vio los ojos más grandes, verdes y luminosos que había visto en toda su
vida en el escaparate. Menuda sonrisa que tenia aquella niña, era pura luz.
Aquella niña fue corriendo a abrazar a la señora mayor. Y muy decidida, la
pequeña de tan solo 1 año dijo oliéndola los pies a la muñeca: “se llama
Fresita porque le huelen los pies a fresa” y una carcajada al unísono de toda
su familia inundó la casa.
Se miraron fijamente la una a la otra, y la muñeca al
momento comprendió que no había encontrado a una nueva dueña sino a una amiga
para toda la vida. En los ojos de aquella niña se veían reflejados todos sus
anhelos de ser feliz.
Y desde ese día supo que siempre hay que mantener la
esperanza, nunca hay que tirar la toalla, porque en cuanto menos te lo esperas,
encuentras lo que siempre has deseado.
Juntas vivieron grandes aventuras, fiestas de cumpleaños y
muchas asambleas. Con el tiempo, conocieron a otra muñeca muy parecida a
Fresita, pero eso, ya será otra historia.